
En su día, la vida en Amami Oshima fue tan dura que los isleños idearon una manera de hacer comestible una planta venenosa. Las penurias alimentaron la resiliencia y el ingenio de los residentes de una isla subtropical gobernada por diferentes fuerzas externas a lo largo de los siglos. La música folclórica se convirtió en un medio de comunicación privado, y produjeron en secreto telas de seda con una característica belleza negra. En el segundo de dos episodios, Peter Barakan llega al corazón de la cultura única de Amami Oshima.